La promiscuidad femenina

Cuando haces algo que te beneficia, el cerebro te recompensa. El placer y la sensación de «hacer lo correcto» son indistinguibles sin reflexión. Por eso, hace poco vi a un oso fulminándose una botella de Sprite, así como hacen en los lugares más pobres de la Tierra —cuando Sprite llega— creyéndolo una bendición, pero es más un peligro que algo positivo, a la larga... y dependiendo de tus propósitos, claro está... «El hombre que carece de propósito se distrae con el placer...» y el hombre que no sabe cómo llegar a su propósito de manera óptima, también. 

La promiscuidad en mujeres es algo que a menudo se paga con la culpa y frustración. El cuerpo intenta proteger a la hembra, pues le entraña un grave riesgo. Aún más, por la anatomía humana, la probabilidad de orgasmo es más baja que la del varón, convirtiéndolo en una tarea menos satisfactoria si la hembra no posee la suficiente educación al respecto o la personalidad. Por eso algunas mujeres, especialmente tras la primera maternidad, adolecen ante la más mínima sugerencia lasciva. 

Por la cantidad de parejas satisfactorias que tiene un hombre, en contra de la mujer, el varón tiende a decantarse por un mayor número de hembras, porque un gran numero puede «hacerle un favor», darle esa sensación de que «está haciendo algo bien». 

Hay muchas mujeres promiscuas insatisfechas con su vida sexual asegurando que «en general, los hombres no dan la talla en la cama» o «no saben qué hacer, no conocen el cuerpo de la mujer». Esto está relacionado con mi entrada de "Llevarse cosas a la boca", donde ya tratamos las diferentes personalidades de hombres y mujeres con actitudes promiscuas, diferenciando entre humanos aventureros y humanos esclavos de la aprobación. La mujer siempre tiene a su disposición más candidatos y puede ir descartando por calidad. Cuando acuden a mi consejo, proveo: 

— Doncella, si quiere proteger su salud y aún así regocijarse en estas actividades, le recomiendo únicamente encamarse con aquellos hombres que puedan calentarla sin siquiera un beso. [¿Una prueba de fuego?]. A partir de ahí, puede usted optar por técnica, iniciativa o por pasión, la decisión es entre Dios y usted*.

Entendemos a un «técnico» por alguien que controla las características del cuerpo de ambos, generalmente con experiencia; a quien tiene «iniciativa» como quien tiene voluntad entera de complacer; y, si hablamos de «pasión», es con quien tenemos una química inicial por defecto, que compensará el resto de áreas en caso de que sea necesario. Con «la decisión es entre Dios y usted» recuerdo que Dios elige a los candidatos mucho antes que uno, en el sentido de que, por mucho que insistas en querer encamarte con una determinada persona, quizá no afloran los sentimientos que lo harían un evento eufórico. Confórmese o no, la decisión es entre Dios y usted: negocie con él, déjele claro quién es. De todas formas, recomiendo a todas las doncellas que tengan actitud suficiente como para negarse y reclamar, porque... ¿terminarán odiando lo que quizá querrían apreciar? Pero no es tampoco tan importante... el sexo, digo. 

*Le he recetado esto también a varones que no paran de encamarse con hembras porque no hallan a su lady y empiezan a desesperarse. ¡Que no cunda el pánico! Tanto sexo, tanto sexo, se les caerá, quizá literalmente, antes de encontrar a su cenicienta. 

Una vida sexual exacerbada es un peligro para ambos géneros, pero el género femenino, por el riesgo de embarazo, percibe la mayor resistencia al acto. Sin embargo, una mujer que adquiera seguido la sensación de «hacer algo bien» con hombres y que pueda cuidarse de ese riesgo diferencial, no padecerá los efectos adversos de la promiscuidad asociados a la mujer. 

Pensamientos sobre la vejez

Hoy me encuentro, ¿cómo decirlo? Desenfocado. Es uno de esos días donde creo que he comido algo que no debía... ¿quizá demasiado azúcar? Podrían ser las escasas horas de sueño que Dios me ha permitido esta noche. 

Días como estos son tristes porque, aunque hoy, pues soy joven, podría ser algo transitorio, pienso que, algún día, será el pan diario. En un par de décadas yo despertaré así todas las mañanas, afrontando mi vida con la pesadez de una armadura o, más bien, unas cadenas: las del deterioro físico y mental. Con las capacidades cognitivas mermadas, aunque quizá con el espíritu intacto, el mundo olvidará quién fui y, aun si no fui grande, seré más pequeño. 

— Un estorbo, eso son los viejos — dicen a veces las gentes. 

No se les puede quitar la razón. Los niños son un estorbo hoy y un recurso mañana; los viejos son estorbo hoy y luego, abono. ¿Por qué habría lugar para la piedad con un cuerpo tan frágil e inútil? 

Cuando veo a un anciano que, pobre de él, está más en el Cielo que en la Tierra, siento una breve mas intensa rabia prendiendo en mi abdomen y pienso en si está haciéndolo a propósito, si es posible que alguien no pueda enderezarse a sí mismo como lo hace una criatura lozana: despejar su mente y aligerar su cuerpo así como nosotros los jóvenes nos sacamos las lagañas. 

En días como estos, estoy triste porque entiendo que tal cosa es imposible. Hoy me pesa la cabeza y apenas puedo comunicarme. Suele ser un ardua tarea, sí, y ahora es una Odisea. Siento... como me entrego a la niebla, sí... al aturdimiento de mi mente, poco a poco y me pierdo... ¿es así como se siente envejecer? 

Últimamente, al caer la noche, cierro los ojos y tengo la sensación de que alguien me observa. Cuando abro los ojos, era evidente, no hay nadie. Hay un pensamiento que, a modo de consuelo, llevo empleando los últimos años:

— Si he de morir, sería un placer que fuere a manos de puta magia Borras — me doy la vuelta y ahí, por norma general, concilio el sueño. 

Hay un sueño recurrente donde un demonio hinca sus garras en los huecos de mis costillas. El dolor es tal que he llegado a sentir que moría. He de esforzarme mucho por despertar. 

La última vez que me sucedió, el demonio tenía forma de bella mujer pecosa. En todo momento mantuvimos el contacto visual. Sentía que se me iba el alma por la boca, pero por algun motivo también había un gran placer en esa experiencia letal, por lo que le reté a intentarlo de nuevo, sabiendo que no me sería fácil zafarme. Cuando el dolor fue demasiado como para seguir tentando a la suerte, me desperté y volví a una soledad tanto o más dolorosa.