Hemos hablado largo y tendido sobre los patrones sexuales y afectivos del reino animal... hoy me veo en la obligación de hablar de la infame infidelidad.
La infidelidad quizá sea la uno de los mayores miedos, puesto que la traición es siempre una experiencia desgarradora. Pero, ¿por qué es tan terrible para el alma? Es evidente: lo que es terrible para el cuerpo lo es para el alma, puesto que lo que no toca al cuerpo, ni podrá tocarlo nunca, le es indiferente a nuestro corazón.
Un amigo que de repente ya no es tu amigo, una pareja que de golpe ya no te profesa respeto, o, seguramente, personas que jamás te confesaron que su compañía eterna no era más que un bestialismo grandilocuente: zorros que no te avisaron de su condición y que ensuciaron la pulcritud de tus hormas humanas, con mocos, si tienes suerte; con menos, con sangre.
Sin embargo, para la mayoría de personas leyendo esto, no es ninguna zoofilia sino que es un intercambio justo o una lucha de intereses común: una guerrilla entre mendigos. Se siente como ver a tercermundistas aterrizando en las zonas más ricas de occidente dispuestos a robar y vender ilegalidades cuando podrían estar ejerciendo una labor provechosa. Sí, es exactamente eso: cuando veo a animales que se traicionan entre sí, pese a estar en el albor del siglo XXI, no puedo evitar la opresión en el pecho y una lágrima de rabia que se cierne, al borde de mi ojo, y se termina desbordando, tan desolada como yo.
¿Por qué hay quien traiciona al ser amado?
Lo cierto es que los animales no sienten Amor.
En una entrada anterior, dije: «[hay un problema que presenta el] ser respecto a la administración: las atrocidades cometidas por el hombre no son más que el resultado de un hardware que debe hacer muchas tareas diversas, a menudo contradictorias y que, por ende, no puede llevarlas todas a cabo con éxito».
Ante la deslucida trayectoria de muchas (aparentemente) personas, n
Hay muchas maneras de traicionar... y todas duelen. Hay quienes no traicionan "materialmente", quienes se remiten al verbo para adolecer a los demás. Tenéis ejemplos en mente, no hace falta que me explaye. Puede ser una mentira o una ofensa, una desconsideración, lo que sea: la verdad es que muchas personas no piensan antes de hablar y eso es bueno. Si no piensan, puedes ver su red desnuda y si su red desnuda no es de tu agrado, lárgate a tiempo.
Dañar con el verbo es una amenaza de muerte. Una persona que provoca a sus amistades y a sus amantes con cosas que saben que les pincharán el corazón no es más que una persona que gusta de amenazar con ostracismo y muerte a otro ser humano.
Y quizá no sea consciente, como un niño de párvulos que no comprende la dimensión del problema al estirarle del pelo a su compañero, o al ridiculizarle delante de todos los demás; y aún así las repercusiones se mantienen. El borracho no comprende que está borracho pero, al volante, consciente o no del peligro que supone, es responsable. La ley no exime al ingenuo.
He conocido a personas cándidas que, llegado el caso, como dijo Osamu, presumen su auténtica faz al desatar un golpe contra el tábano, buscando asesinar a las moscas que se interponen en su paz. ¿Por qué hacen eso? Les beneficia. Pero si les preguntas, claro está, dirán que se sienten mal y es cierto: porque un animal no puede soportar la idea de que se le señale por algo así, puesto que eso lo convierte en «malo para el pueblo» y lo que es «malo para el pueblo» podría sacarse del pueblo.
Entonces, busca siempre a personas inteligentes y que comprendan la magnitud de los hechos. Hay personas que cumplen funciones, como una bestia de tiro que da vueltas sisífas alrededor del molino, pero, si les preguntas porque caminan, no tienen ni idea, y de lo que no tienes idea, no controlas un carajo.
¿Por qué intentas pinchar a las personas? Generalmente, para colocarlas por debajo de ti. A solas, estás ejerciendo un intento deshonroso de colocar a la otra persona como «mala para el pueblo», en este caso, como «insignificante», «reemplazable», «desmerecedora». Entonces puedes extraer el triple de mieles. Viene siendo igual que cuando bajas tus estándares de emparejamiento, buscando poder hacer las cosas que no te permitiría alguien de mayor calibre. ¿Qué será esto? Solo el mono lo sabe, yo no soy eso.
Las personas comen sin saber qué involucra su hambre y ese es el mismo motivo por el que pinchan. Quien tiene control sobre sus pensamientos no se mezcla con animales, a no ser que sea para usarlos como bestias de tiro, especialmente para gratificaciones impuras. Seguramente ese consumidor sea un fetichista, un masoquista o un sádico. Lo importante no es qué haces sino quién eres:
— Bestia, ¿por qué das vueltas alrededor del molino?
— Te lo haré saber...
— Entonces no eres una bestia, eres un Dios.
Pinchar a tu hombre o a tu mujer es una táctica habitual porque funciona. A nadie le gusta sentirse «insignificante», así que buscarán con más ahínco tu satisfacción. Esto suele resultar en un vaivén de manipulaciones que convierten la relación en un estercolero de rencores. Uno no debería jamás cagar donde come, pero las bestias son sucias.
— Sí, eso es así, caballero, porque respeto antes a quien se rige por él mismo que a quien se rige por Dios y a duras penas sabe dónde está parado.
La infidelidad material es un abrazo a otro cuerpo, tirando de eufemismos, que no supone turbulencias para el planeta Tierra, pero que puede suponer una condena para un alma que lo transita fugazmente. ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Demasiado poético? Pero es verdad: solo vivimos una vez como lo que somos hoy, y, es triste pensar que, quien te prometió amor no quiere hacer esta experiencia placentera. Prefiere abrazar a Dios y follar otro cuerpo, cuyo placer proviene de Dios prometiéndole hijos que no quiere...
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