Sobre las mujeres poco modestas

Cuando hablamos de animales, las hembras son esa criatura que necesita atención constante, mientras que el varón es esa criatura que necesita darla.

Un tal Andrew Tate dijo una vez: «la mujer experimenta un placer tan grande cuando la alaban, que es válido compararlo con la infidelidad material de un hombre...», tras una breve pausa, añadió: «quizá sea hasta peor», si mal no recuerdo. 

Mucha gente se llevó las manos a la cabeza, pero yo me llevé una al mentón. Si analizamos esta afirmación cautelosamente nos daremos cuenta de que, si bien no es peor, tampoco es incomparable. 

Es cierto que ante una infidelidad material tenemos riesgos de salud añadidos, sí, pero es preocupante porque una infidelidad material es vista hoy en día como algo negativo, venga del sexo que venga, y, en cambio, la exposición de la carne en redes sociales está permitido. 

Esto viene, como vengo diciendo, de la infantilización de la mujer y de la visión virginal y puritana de ésta. ¿Qué las mujeres buscan el éxito reproductivo tanto como el hombre? Evidente, mas la conducta femenina presenta unas sutiles diferencias. Realizar las equivalencias correctas de las faltas comunes de ambos géneros es importante para dilucidar las problemáticas en las relaciones interpersonales y el estado de la sociedad. 

¿Quiénes son esas mujeres que se desnudan ante miles de espectadores y qué buscan realmente?

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Los hombres critican a las mujeres por lo mismo que las mujeres critican a los hombres. Esto es así porque de esa manera tanto un bando como el otro limita, dentro de su grupo y fuera de él, las acciones que nos son ventajosas cuando las ejercemos nosotros y nadie más. Así como el robar, si toda la colonia roba, nos jodemos todos, pero si hacemos una ley y son pocos los que roban, éstos pueden hacerse con un bonus. 

Lo mismo sucede con todo lo que tildamos de malo: decimos que esto o aquello es problemático, inmoral, terrible, que debe ser castigado con la horca y, a escondidas, muchos deciden que son los reyes del mundo y que la historia no va con ellos. «No hagas lo que no quieres que te hagan», pero esto es solo una amenaza a la conciencia, en realidad, mientras dicen esto, suelen pensar: «porque me lo harás a mí, y yo soy el único que puede hacerlo», aunque te lo negarán y se lo negarán, porque nadie quiere ser el malo del pueblo, ¡qué carga sobre la espalda!

La mujer obtiene un beneficio superlativo de los hombres que la desean pero que no copulan con ella. Son estos hombres los que ella desprecia, porque no debe tener un hijo con alguien débil, incapaz de fertilizar pero que da todos sus recursos a la primera que pilla; y, sin embargo, los trata bien cuando se baja las bragas para la cámara, les habla bonito e incluso, si es aburrida de cojones, aceptará cenas con múltiples hombres... de esos débiles que desprecia. 

Los hombres hacen lo mismo: extraen un gran beneficio de las mujeres que aflojan con algo de dinero [mejor si con nada], que no suponen un compromiso, que están hoy ahí y mañana no y, sin embargo, muchos dicen odiarlas, porque de no odiarlas estarían invirtiendo en una hembra promiscua que no va a dar hijas majas. 

Oh, ¡es la lucha de hombres y mujeres por el hijo bien portado!

Las putas y los desesperados son, en definitiva, criaturas con bajo prestigio pero necesitadas. Son como los de la planta de reciclaje, los recolectores de deshechos, etcétera. Invisibles cuando se ha de visualizar un ser digno, pero sumamente útiles.

La chica que vi en la estación

El otro día estaba esperando el tren a Barcelona y vi a esta chica. Era absolutamente perfecta de la cabeza a los pies, según podía verse, con el pelo de caramelo y los ojos negros. Era la feminidad en estado puro. 

Sabía su nombre porque la tuve presente desde el día en que la vi por primera vez [tan solo tengo buena memoria y no olvido ninguna cara, pero no me corten el rollo...]. Se llamaba igual que una de mis tristes antiguamente mejores amigas, pero no nos conocíamos las voces ni por un saludo. 

Me quedé con ganas de mirarla un poco más. Estaba ahí, justo ahí, pero por convenciones sociales no puedo acercarme a nadie con intenciones de analizar su cara y su historia [«Hola, buenas, ¿estoy haciendo unas encuestas a gente guapa?»]. No soy ningún envidioso, tampoco me sentía atraído; era, lo que soy, un curioso. 

Iba vestida como a mi me gusta y pensé, relacionándome con el  autor de novela romántica:

» Es la mujer más hermosa que he visto en mi vida [¡la mujer por definición!], pero, si fuere un hombre enamorado, esto no tendría ningún valor para mí de no encontrarme en uno de estos casos: en el primero, es la chica más dulce y maravillosa, y cumple todas mis fantasías, a todos los niveles, y nos casamos; en el segundo, es la mujer que me destroza y provoca mi suicidio, por motivos totalmente ajenos a su belleza. 

En caso de ser mediocre más allá de su carne, no tendría absolutamente ningún problema en enterrarla lejos... así como sucede cuando adquieres un abrigo que has deseado por mucho tiempo y hace bolas al segundo uso, o cuando te haces con unos hermosos zapatos imposibles de combinar. Para quienes tenemos visión pragmática y no romántica y estúpida, el valor de las cosas reside en cuanto nos pueden dar, no en cuanto podemos darles, en una admiración retorcida que termina por consumir nuestra dignidad.

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¿No se siente irónico? Una persona atractiva posee facciones, por separado, promedio; sin embargo, el hecho de que aúne tanta armonía, simetría y características tan normales en todos sus elementos lo hace destacar. En resumen: una persona bella posee facciones promedio, pero no es promedio poseer  una gran cantidad de facciones promedio. 

Hace muchos años conocí a dos mujeres. Ambas eran mujeres bellísimas y delgadas. Si hubiere tenido que dar mi opinión, me hubiera decantado por la de los rizos de oro, pero la mayoría prefería a la otra. Rizos de oro poseía una piel de charol y su estructura era robusta pero delicada y esbelta y tenía la nariz finísima y una frente prominente, sí, pero que encajaba a la perfección con sus pómulos y su mentón también destacables. Era, ni más ni menos: una suerte. No hay ningún plan para la belleza, simplemente da la sensación de que la persona está bien porque no hay nada "fuera de lugar". Por eso me sorprende tanto como el caer de la nieve: elevo las cejas, contemplo el panorama, entiendo de donde viene la causa y me giro para seguir con mis propios asuntos, mucho más interesantes que los eventos fortuitos [por supuesto, esto son eventos fortuitos que me conciernen]. 

La persona promedio no tiene ningún problema, pero el cerebro humano está hecho para poner pegas. Como vimos en "Sobre la piel blanca", el cerebro tiende a ver problemas donde no los hay porque, hey, ¿y si los hay? Uno no sabe si esos ojos con inclinación cantal negativa son producto de una infinita tristeza y cansancio o simplemente una característica aleatoria que no afecta en nada a la salud del individuo. Sin embargo, son los ojos rasgados hacia arriba los que priman en el gusto popular; y, os lo digo ya, es únicamente por la sensación de tirantez y el efecto que producen en los pómulos. Recordemos que, de por si, ninguna cosa es bella, requiere de un contexto [es el contexto lo que hace algo bello, así como lo es la muerte de un hombre para el que desea venganza]. 

Aún no he dicho por qué preferían a esta otra muchacha frente a rizos de oro, aunque creo que ya se me va viendo el plumero. Sencillamente, el rostro de la otra era mucho más promedio, más estándar. No tenía nada de destacable. Su piel pálida y mate le ganó a la piel de charol, su pelo lacio y oscuro ganó a rizos de oro, su nariz estándar femenina ganó a una nariz delgada y perfectamente definida y su frente poco prominente ganó al hueso que duraría toda la eternidad. La normalidad ganó el juego. 

Fue una experiencia porque yo nunca hube notado nada en esta chica, sin embargo se ve que todos y todas querían pintarla en un mural. Yo no hubiere dado un penique por el rostro más normal que vi en mi vida, busto del cuerpo más normal que vi en mi vida, ¡y encima con esa actitud tan pobre y esa mentalidad tan escueta! 

Sin duda, el ser humano es aburrido y patético. 

Llevarse cosas a la boca

En una entrada reciente hablé del gusto por comer, por ponerlo suave.

«¿Y esto no es igual acaso con todo lo que comemos? Todo lo que es adorable cabe en nuestra boca. En la boca nos metemos todo lo que nos gusta. Por eso uno debe saber que quien no se mete nada en la boca, ni besa, no ama, y quien ha decidido dejar de comer para siempre, ya no quiere saber nada del mundo». 

A raíz de eso se me antojó buena idea compartir las relaciones que he forjado entre la personalidad de los individuos y sus hábitos sexuales, puesto que es algo muy cercano a cada uno de nosotros y, sin embargo, muchos matices pueden pasar desapercibidos. 

Me veo en la obligación de decir que podría estar equivocado con algo... pero en realidad, no tengo ninguna duda. Todo se sigue de razonamientos completamente lógicos y creo que cada uno de vosotros puede o podrá ratificar mis palabras durante sus experiencias de alcoba. Si no estáis de acuerdo con alguno de mis postulados, espero que me respondáis de la peor manera posible. 

Hoy hablamos, pues, de cómo la conducta sexual refleja fielmente la personalidad del individuo (vaya una redundancia...). 

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Una hembra que da sexo oral a todos los hombres con los que se acuesta, en el primer caso busca aprobación desesperadamente. Quizá se siente terriblemente mal consigo misma. Seguramente tenga miedo al abandono y haría cualquier cosa para complacer o impresionar a los demás.

En el segundo caso, es una pícara promiscua, olvida rápido sus amores y busca el placer sexual en todo momento. Le aburren las cosas a medias y no tiene problema en cambiar de pareja si un nuevo postre se le presenta. No tiene gran apego emocional y tampoco carga con una jerarquía vital de afectos, pues es autosuficiente.

¿Cómo se distinguen? Muy fácil: la primera está insatisfecha con la mayoría de parejas sexuales, porque no tiene ni orgullo, ni astucia, ni maña. Es el muñeco del primero que pase y solo actúa para contentar y ser aprobada como una concubina pasiva e infeliz. 

Un hombre que da sexo oral a todas las mujeres con las que se acuesta, es enamoradizo y débil o extremadamente valiente; en ambos casos se mantiene el idealismo y lo risueño. 

Un hombre que besa sin problema y con iniciativa el cuerpo de sus parejas sexuales, sin importar la relación que tenga con éstas, es un hombre capaz de amar profundamente y a menudo tiene el corazón tan suelto como la bragueta. Es un soñador y seguramente escribe poesías a sus amores pasados, presentes y futuros en la intimidad. Seguramente actúe ligeramente afeminado, en el buen o en el mal sentido, dependiendo de la fortaleza mental. 

Un hombre que jamás da sexo oral, es un hombre incapaz de enamorarse. Muy probablemente un psicópata o una persona de muy bajos recursos sociales (genuinos). También podría ser un hombre que se deja llevar mucho por la opinión masculina, en cuyo caso variará su actuación dependiendo de cual sea la tendencia sexual del momento (¿es hoy algo viril complacer a la mujer o más bien desdeñarla?).

Un hombre que no encuentra necesario besar a sus parejas sexuales, o incluso le desagrada la idea, es un hombre independiente y que olvida fácilmente a la pareja. Seguramente sea infiel y solo copule con el fin de llegar al orgasmo, como una obligación divina; sin prestar atención a los pequeños detalles o a preliminares de otro tipo. Si se da el caso de que no lo encuentra necesario, excepto en una pareja de cada docena, es un hombre comprometido con sus causas y extremadamente disciplinado, incapaz de compartir con quienes no le han demostrado una fuerte lealtad, con el corazón disponible enteramente para una mujer que respete... mientras el respeto dura. 

Una mujer que no da sexo oral, pero sí accede al coito sin problema, es una mujer controladora y emocionalmente independiente.

Es amanerada y servil. No lo hará por gusto, pero sí lo haría por obligación. Es solicita pero no hace nada desde el corazón. Sus actos y su vida están vacíos. Si solo lo hace por gusto con un hombre, es una mujer modesta y capaz de respetar y admirar profundamente, pero también guarda miedo en su corazón.

La adjudicación de valor y los objetivos primordiales

Habitualmente nos topamos con el siguiente escenario: dos personas discuten qué es lo mejor. Se dicen de todo, llegan a las manos y hay gritos y llantos. ¿Sabes por qué? En la mayoría de casos, como cuando hablamos de los TCAs, las cosas se solucionan preguntando: ¿y para qué? ¿Por qué?

Cuando una persona nos habla de aquello a lo que le confiere valor, de aquello que supone una prioridad, siempre se trata de una visión subjetiva. Sin embargo, cuando nos hablan de cómo sería mejor llevar a cabo una tarea en específico, ahí la cosa es distinta. Aunque no hay una cosa «mejor» ni ningún escenario «perfecto» sí que hay acciones más óptimas que otras para escenarios concretos. 

Por ejemplo: si quisiésemos reducir el índice de transmisión de enfermedades venéreas, tendríamos que prohibir prostíbulos e incentivar a la gente a mantener su castidad y moderación sexual. En este caso la existencia del prostíbulo es negativa. 

Mas, si nuestro propósito fuere montar un prostíbulo para mejorar nuestra situación económica, entonces deberíamos considerar el prostíbulo como algo positivo.

Hablar de lo que es mejor o es peor sin definir una métrica es peligroso. Inclusive, un regente de prostíbulo podría decir que le parece que la existencia de tal es malo. 

— Sin duda es malo para el alma — podría llegar a decir —, ¡pero es muy bueno para mi bolsillo! — y esas opiniones pueden coexistir. 

Solo un necio le adjudicaría un valor absoluto... 

Podríamos decir lo mismo de cualquier fuente de placer instantáneo y vulgar y de cualquiera que saque tajada del asunto. Como veis, este es el prostíbulo de Schrödinger y, no, no es que se vuelva malo y luego bueno de nuevo, sino que depende de qué estemos hablando y de qué mundo queramos (aquí somos deterministas). 

— Yo sí creo que una mujer que folla a diestro y siniestro tiene menos valor que una mujer mesurada — dice Green en un directo.  

Y, de nuevo, se pierde el propósito de la frase cuando no se evoca una métrica. ¿Mejor para qué? ¿Para ser tú mujer? En ese caso, eso es muy válido. Green goza de una relación tradicional con su esposa y ambos conviven en ese espectro de valores convencionalmente asociados al cristianismo. Podemos decir que su relación es extremadamente sana para el cuerpo y el alma y, en apariencia, es muy exitosa. 

Esto funciona porque ambos se complementan adecuadamente. Green ha admitido en alguna ocasión haber tenido en el pasado, mucho más joven, alguna relación con mujeres a las que hoy en día denigra. Él habla de esto con interés didáctico, para que otros jóvenes no comentan ese «error». Pero ese es un «error» cuando uno le da esa connotación.

Me explico: uno puede considerar algo dañino solo cuando su objetivo primordial se ve afectado negativamente por su acción. Definir un objetivo primordial nos evitará dolores de cabeza, corazón y cuello. 

Evidentemente, un hombre como Green, que pone a la familia y los hijos por encima de todo, no va a encontrar valor en una mujer promiscua, incluso si esa promiscuidad está enterrada en el pasado (muchas de sus consecuencias son irrevocables: podría suponer una pérdida de honor, de reputación, una exposición a un riesgo sanitario, un lidiar con conductas abrasivas...). 

No obstante, si su objetivo fuere otro, su perspectiva podría ser distinta. Quizá eres un pobre diablo a la que ninguna mujer tomaría en serio; en ese caso, igual te conviene una mujer que no te tenga que tomar en serio. 

Siguiendo con el señor... Green a menudo peca de hablar de las mujeres mayores que viven su sexualidad libremente de imbéciles o cae en el tópico de que «morirán solas y amargadas». Hombre o mujer, es muy probable que mueras solo si no tienes familia... y si la tienes, quizá también. Hay hogares amorosos y hogares que no tanto, por desgracia.

— Una cuarentona como tú ya no tiene valor — expresa sin reparos — ya ni pueden tener hijos — ese es el argumento principal.

El problema de hablar de manera tan absoluta respecto al valor de una mujer mayor, es que generas y promueves odio, rechazo y estereotipos que no tienen por qué cumplirse a rajatabla. 

Algunas mujeres no están de acuerdo con tu lógica tradicional y viven su vida con otros estándares. O sí que han cumplido con su parte, pero no han tenido tanta «suerte» como tu mujer. 

Algunas de ellas puede que no hayan tenido la suerte de encontrar un hombre afín a sus principios, si hablamos de las «cuarentonas solteronas». Por mucho que te empeñes en encontrar a la pareja ideal, entre que conoces a uno y a otro pierdes años. No siempre vas a estar pendiente de citas y hombres y, para cuando sacas hueco ya tienes muchos años encima. 

Breve comentario sobre la traición y la infidelidad

Hemos hablado largo y tendido sobre los patrones sexuales y afectivos del reino animal... hoy me veo en la obligación de hablar de la infame infidelidad. 

La infidelidad quizá sea la uno de los mayores miedos, puesto que la traición es siempre una experiencia desgarradora. Pero, ¿por qué es tan terrible para el alma? Es evidente: lo que es terrible para el cuerpo lo es para el alma, puesto que lo que no toca al cuerpo, ni podrá tocarlo nunca, le es indiferente a nuestro corazón. 

Un amigo que de repente ya no es tu amigo, una pareja que de golpe ya no te profesa respeto, o, seguramente, personas que jamás te confesaron que su compañía eterna no era más que un bestialismo grandilocuente: zorros que no te avisaron de su condición y que ensuciaron la pulcritud de tus hormas humanas, con mocos, si tienes suerte; con menos, con sangre. 

Sin embargo, para la mayoría de personas leyendo esto, no es ninguna zoofilia sino que es un intercambio justo o una lucha de intereses común: una guerrilla entre mendigos. Se siente como ver a tercermundistas aterrizando en las zonas más ricas de occidente dispuestos a robar y vender ilegalidades cuando podrían estar ejerciendo una labor provechosa. Sí, es exactamente eso: cuando veo a animales que se traicionan entre sí, pese a estar en el albor del siglo XXI, no puedo evitar la opresión en el pecho y una lágrima de rabia que se cierne, al borde de mi ojo, y se termina desbordando, tan desolada como yo. 

¿Por qué hay quien traiciona al ser amado? 

Lo cierto es que los animales no sienten Amor.

En una entrada anterior, dije: «[hay un problema que presenta el] ser respecto a la administración: las atrocidades cometidas por el hombre no son más que el resultado de un hardware que debe hacer muchas tareas diversas, a menudo contradictorias y que, por ende, no puede llevarlas todas a cabo con éxito».

Ante la deslucida trayectoria de muchas (aparentemente) personas, n

Hay muchas maneras de traicionar... y todas duelen. Hay quienes no traicionan "materialmente", quienes se remiten al verbo para adolecer a los demás. Tenéis ejemplos en mente, no hace falta que me explaye. Puede ser una mentira o una ofensa, una desconsideración, lo que sea: la verdad es que muchas personas no piensan antes de hablar y eso es bueno. Si no piensan, puedes ver su red desnuda y si su red desnuda no es de tu agrado, lárgate a tiempo

Dañar con el verbo es una amenaza de muerte. Una persona que provoca a sus amistades y a sus amantes con cosas que saben que les pincharán el corazón no es más que una persona que gusta de amenazar con ostracismo y muerte a otro ser humano. 

Y quizá no sea consciente, como un niño de párvulos que no comprende la dimensión del problema al estirarle del pelo a su compañero, o al ridiculizarle delante de todos los demás; y aún así las repercusiones se mantienen. El borracho no comprende que está borracho pero, al volante, consciente o no del peligro que supone, es responsable. La ley no exime al ingenuo. 

He conocido a personas cándidas que, llegado el caso, como dijo Osamu, presumen su auténtica faz al desatar un golpe contra el tábano, buscando asesinar a las moscas que se interponen en su paz. ¿Por qué hacen eso? Les beneficia. Pero si les preguntas, claro está, dirán que se sienten mal y es cierto: porque un animal no puede soportar la idea de que se le señale por algo así, puesto que eso lo convierte en «malo para el pueblo» y lo que es «malo para el pueblo» podría sacarse del pueblo. 

Entonces, busca siempre a personas inteligentes y que comprendan la magnitud de los hechos. Hay personas que cumplen funciones, como una bestia de tiro que da vueltas sisífas alrededor del molino, pero, si les preguntas porque caminan, no tienen ni idea, y de lo que no tienes idea, no controlas un carajo. 

¿Por qué intentas pinchar a las personas? Generalmente, para colocarlas por debajo de ti. A solas, estás ejerciendo un intento deshonroso de colocar a la otra persona como «mala para el pueblo», en este caso, como «insignificante», «reemplazable», «desmerecedora». Entonces puedes extraer el triple de mieles. Viene siendo igual que cuando bajas tus estándares de emparejamiento, buscando poder hacer las cosas que no te permitiría alguien de mayor calibre. ¿Qué será esto? Solo el mono lo sabe, yo no soy eso. 

Las personas comen sin saber qué involucra su hambre y ese es el mismo motivo por el que pinchan. Quien tiene control sobre sus pensamientos no se mezcla con animales, a no ser que sea para usarlos como bestias de tiro, especialmente para gratificaciones impuras. Seguramente ese consumidor sea un fetichista, un masoquista o un sádico. Lo importante no es qué haces sino quién eres:

— Bestia, ¿por qué das vueltas alrededor del molino?

— Te lo haré saber... 

— Entonces no eres una bestia, eres un Dios. 

Pinchar a tu hombre o a tu mujer es una táctica habitual porque funciona. A nadie le gusta sentirse «insignificante», así que buscarán con más ahínco tu satisfacción. Esto suele resultar en un vaivén de manipulaciones que convierten la relación en un estercolero de rencores. Uno no debería jamás cagar donde come, pero las bestias son sucias. 

— Sí, eso es así, caballero, porque respeto antes a quien se rige por él mismo que a quien se rige por Dios y a duras penas sabe dónde está parado. 

La infidelidad material es un abrazo a otro cuerpo, tirando de eufemismos, que no supone turbulencias para el planeta Tierra, pero que puede suponer una condena para un alma que lo transita fugazmente. ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Demasiado poético? Pero es verdad: solo vivimos una vez como lo que somos hoy, y, es triste pensar que, quien te prometió amor no quiere hacer esta experiencia placentera. Prefiere abrazar a Dios y follar otro cuerpo, cuyo placer proviene de Dios prometiéndole hijos que no quiere... 

Un día más

Aparecí en la sala. Era de esperar lo que venía a continuación, pues ya contaría como la milésima vez. Era el pan de cada día, trillado pero, aún así, absurdamente deseable y, de no llegar, me volvería loco. Esa mujer, madura, regia y de voz severa me preguntó si era yo, de entre todos los hombres y todas las mujeres que hubo visto en su vida, El grandísimo filósofo

— El mismo, ¿por qué?

Me recorrió de arriba a abajo.

— Sabemos de ti — dijo sonriendo y volvió al piano —, queremos saber más de ti. 

Por supuesto, siempre fui un ejemplar de referencia y nunca soporté que nadie estuviese por encima de mí. A día de hoy, sigo sin ser capaz de tolerar un ápice de grandeza, así que busco la grandeza en el ojo ajeno y la consumo.

— ¿Puedes salir del aula, Maestro? — decían las profesoras de la escuela elemental, rubias y pomposas.

— Si me requerís...

Eran siempre labores menores, pero era un gran placer salir del pupitre.

— No necesitas esa clase tanto como tus compañeros. Confiamos plenamente en ti. Jamás te olvides de nosotras.

Sin embargo, ante un conflicto con un tercero, pocas fueron las veces que tuve un trato de favor. El respeto que les profesé un día por el tratamiento excepcional que me proporcionaban, pronto se vio neutralizado.

— Un amigo que no te defiende, más de lo que a sí se defendería, no es un amigo: es una garrapata.

Si va a chuparme la sangre sin usarlo para mover un dedo, pobre de ella...

— Estás amargado, Maestro. Tienes que relajar ese cuerpo o marchitará pronto — me dicen a menudo.

— Si fueras un poco mejor que ellos, quizá yo fuere un poco más quieto. Sigo buscando todo lo que pueda en el ojo ajeno. Cuando me tenían cogido del cuello, la gente me preguntó qué tal estaba, sin quitarme a las bestias de encima. Luego se rieron, porque sabían que yo no podría ser su bestia asesina.

Pero con voluntad todo se puede.

Un día me traicionaron a sangre fría [por milésima vez, diría, si fuese olvidadizo, que no lo soy]. Era un niño chico, con los pies sucios.

Sabe Dios que me gustan los niños juguetones y por eso me los pone delante para retarme. Para cuando derramó mi sangre sobre el suelo, como un Lazarillo a su ciego, mi corazón estaba encogido y apenas algo sacó: tenía horchata ya. Había envejecido cien mil años por esa vejación, estaba espeso y ulcerado, por dentro y por fuera.

— Potro de mierda, voy a matarte.

Así que acudí a un genio de los que conozco y le pedí que cumpliese mi deseo.

— ¿Qué tengo que dar?

— Un poco de oro y mirra.

— Estupendo, Genio. Tómalo todo. Espera... un momento, ¿vas a apuñalarme por la espalda, gitano?

— No lo creo.

— Me largo. 

El recelo me hizo mirar hacia atrás un par de veces mientras me iba. Se encogió de hombros.

En realidad, no todo con voluntad puede ser. Eso me carcome. Quiero ser una bestia, pero no puedo serlo en el sentido que deseo. ¿De qué manera puedo satisfacer este sueño anciano? Aún no tengo respuesta, así que sigo rugiendo ante la oportunidad. Como un animal, ante el objeto de mi deseo, rujo y muestro los dientes torpes.

Mucha palabra, pero seguimos como chimpancés. Por eso uno no debe sobreestimar al hombre, porque sólo obtuvo la palabra de casualidad...

— Dime esto: ¿quieres arrancarme la carne a bocados? — le digo en la cama. 

— En cierta manera.

¿Y esto no es igual acaso con todo lo que comemos? Todo lo que es adorable cabe en nuestra boca. En la boca nos metemos todo lo que nos gusta. Por eso uno debe saber que quien no se mete nada en la boca, ni besa, no ama, y quien ha decidido dejar de comer para siempre, ya no quiere saber nada del mundo.

Quien es escrupuloso ante saliva, es escrupuloso ante el amor.

La anorexia es, de nuevo, no un trastorno alimentario, sino un trastorno social. Ya no quieres participar del mundo. No quieres masticarlo, tenerlo la parte más íntima y cercana al ser, más allá de las membranas vulnerables: el interior.

— Qué gato tan tierno — pero en mi olfato se asoma el aroma de la carne tibia, del guiso materno —, quiero crujirlo — digo, tenso.

El gato es una criatura extraordinariamente feliz para la vista, al contrario que un rinoceronte, porque incluso nuestras mandíbulas omnívoras podrían procesarlo. Buena suerte hincándole el diente a un rinoceronte. Otro ejemplo: es más habitual el gusto por los gatos que el gusto por el caballo aunque, pienso, que la predisposición por el caballo puede venir de gente práctica y resuelta, que sabe que, una vez que ya no le sirve o el estómago demanda, puede asesinarlo y meterlo en la cazuela: la posibilidad de comérselo existe. Sin embargo, ¿qué hay de la posibilidad de comerse al rinoceronte? Nula.

Por eso, estimo que menos del 0,5% de la población aprecia al rinoceronte por encima de otro animal y los animales más preciados son siempre los que pueden comerse fácilmente. 

Por si tenéis curiosidad, mis animales favoritos son los de granja.