Queridos lectores, hoy os traigo un descanso de mis típicas charlas nihilistas. Es broma... os ofrezco una charla nihilista desde un ángulo fresco que llevo tiempo sin tratar: el problema con el exceso de demanda y escasez de oferta del sector sanitario.
Todo empezó con mi viaje a Londres. Estábamos mi amigo y yo pasando por docenas de librerías en busca de un libro decente y accesible. Los precios en libras estaban empezando a pelarnos los bolsillos, así que los rellenamos con libros convencionales y relativamente gratuitos en cuanto pudimos.
Uno de esos libros fue Side Effects de D. Haslam. Por supuesto, regresé hace un par de días y no lo he terminado, pero los planteamientos principales siempre aparecen al principio, para que nos hagamos una idea de lo que se va a desarrollar. Estos son:
- El desequilibrio entre oferta y demanda → sobrepoblación y falta de personal.
- Los recursos limitados → económicos y materiales médicos desechables e instalaciones.
- La lección de la pandemia → compaginar el crecimiento económico y la felicidad de la población con la seguridad de ésta.
- La ética profesional a seguir.
El desequilibrio entre oferta y demanda
Porque al parecer nadie quiere ser doctor. Lo hallo altamente sorpresivo puesto que está reconocido como un oficio ligero y encima bien remunerado. No. Es un oficio exigente tanto en su preparación como en su ejecución diaria (a no ser que seas médico de familia). Es perfecto para estos adictos al trabajo que necesitan del reconocimiento social para sobrevivir. Por supuesto, no es para todo el mundo: el grado de responsabilidad sofocaría a gran parte de la población.
Y el problema es que se estudia para trabajar y no para aprender. Ese es el curso: naces, creces, te especializas y a no ser que te enchufen o que no encuentres trabajo en tu sector, ejerces en tu sector hasta la jubilación.
¿Quién perdería su tiempo estudiando para nada? Es una pregunta que seguramente afloraría porque estamos demasiado acostumbrados a este modus operandi infructuoso a la larga. La cultura actual, al menos en el país en el que vivo. No sé si en esos idílicos paises de rubios con ojos azules la cosa sea distinta.
El provecho, la utilidad que se le saque a unos estudios no debería estar basado en su aplicación productiva, porque no todos queremos asumir los costes de un contrato como doctor. Pienso que, como una formación militar, debería ser común la instrucción en esta materia.
Otro problema es que... seamos francos: no sabemos tanto como creemos, los humanos. Continuamente surgen nuevas adversidades que nos lo demuestran y la sociedad reclama a las autoridades dónde diablos está esa ciencia moderna implacable. El ferviente recelo ante la pandemia es un claro ejemplo. Hemos llegado lejos, ¿pero cuánto ha sido simplemente por agua y jabón? En fin.
Las gentes se quejarán, pero tampoco pondrán de su parte. La única manera que tienen de hacerlo es hincar el codo y ponerse al día en las áreas de biología, física, nutrición, virología... con las que nunca terminarán porque una vida no daría para todo y las confrontaciones son eternas... y las ganas de no hacer nada porque ya tenemos profesionales para eso, también. Una rápida búsqueda en Google da para mucho, mas no para todo sobre todo cuando el pensamiento crítico brilla por su ausencia.
Entonces, es mejor que la masa se quede al margen, porque la minoría profesional ya discrepa lo suficiente como para saturar los canales.
Los recursos limitados
¿Es sorpresa que todo se termina? Y no todos pueden salvarse. Como veremos en el siguiente punto, la pandemia nos ha ratificado lo evidente y es que alguien siempre estará condenado cuando otro reciba un tratamiento. Si no hay camas disponibles para todos, no hay camas disponibles para todos. Y algún día, con el ritmo de crecimiento y la esperanza de vida que llevamos, es ostensible que habrá que planificar una dura discriminación por edad, salud, potencial, méritos, solvencia... para quien no quiera verlo, mi consejo es que sea su tatatatatataranieto el de la bancarrota.
La lección de la pandemia de 2019
¿Es posible conciliar la felicidad con la seguridad? ¿Es necesaria siempre una dosis de libertad y de peligrosidad? La respuesta es sí. En el libro se trata el asunto muy desde el exterior, pero, ¿por qué os hacéis eso? La vida no siempre va a llegar con amortiguadores. Es importante aceptar los dolores de la vida como parte de ella. La muerte es lo más vivo que hay. ¿Por qué nos volvemos tan locos ante el padecimiento, si la vida se cimenta sobre él? Si para que unos coman otros han de ser comidos; si para que unos sean afortunados otros han de ser demolidos. Si tu sonrisa está hecha de carroña, ¿por qué te duele tanto la sensación de inseguridad? Si naciste para estar en constante alerta... para pelear, para sobrevivir... para poder condenar a otras almas, almas que vengan después de ti.
¿Por qué a la gente no le gustan las normas? Atentan contra sus intereses momentáneos. Y es lógico. ¡Dejad que, en medio de la pandemia, vayan a buscar a sus parejas! La calentura es dura. Sí, hay pandemia, pero, ¿qué se supone que hagan los hombres y mujeres jóvenes si el mono en su cerebro les dictamina que lo principal es tratar de desperdigarse por el mundo? La pandemia es hoy y quizá mañana. Para los bebés quizá solo hay un hoy, ¡no lo desperdicies! Es difícil renunciar a la diversión y a veces hay que evadir barreras legales. El cerebro no concibe la lógica de una restricción si eso atenta contra su voluntad primitiva. Hay diferentes tipos de voluntades primitivas, de intensidades, de prioridades... según la personalidad del individuo. Algunos hubieran entrado en pánico al salir a la calle, otros se hubieran sentido hormonalmente como en primavera... otros estarían en paz al no ver moros en la costa, pues es El Hombre la mayor amenaza de Otro Hombre, así como su mayor placer.
La ética profesional adecuada
Cada médico obrará como guste.
Esta entrada ha sido finiquitada deprisa y corriendo y bajo una tristeza inconmensurable. Despídome.
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