¡Que no cunda el pánico! Dominé los nervios llevándome a dormir con las pulgas. Hube hecho eso toda mi vida... de formas metafóricas y literales. Todo parece decente después de una mala noche precedida de una mala ducha en un lugar de, no mala muerte, pero no bendita suerte.
Sin embargo, en mis anotaciones se halla:
"Algo extraño sucedió ayer. Estaba empastillado hasta las trancas. Estaba seguro de que había ingerido suficiente como para morir. Siempre se lleva sorpresas desagradables uno… pude volver a casa con mis propias piernas. Era el peor de los escenarios. Fue divertido caminar entre fantasmas, ¡que podía ver con mis ojos! Claros como mis manos, rodeándome, y me miraban, ¡carcajeándose! Yo, con algo de miedo, les sonreía de vuelta. Vi a una bella fantasma, con todo el encanto japonés tradicional, en la copa del árbol, fusionada con él, pero tapada de él, y, oh… a la mañana siguiente, como era de esperar, vomité. Las pastillas se habían hinchado y enrojecido. Las toqué. Estaban pastosas. Me pregunté si había bebido algo rojo antes o si era sangre, el líquido en el que se mecían. Cuadraba más lo segundo. No era la primera vez que vomitaba sangre tras abusar de una substancia. Entonces sucedió otra cosa extraña: el arrepentimiento. Oh, no, no… mierda… ¿una úlcera? ¿A eso me he condenado? Válgame, con esta edad… ¿para qué me habrá querido Dios presenciando el nuevo alba? Sabe bien que no me hubiere prestado jamás para la vida y me ha arrastrado a ella de nuevo. Como si germinado de un útero otra vez, me pretende aprestar a la labor, ¡ja! Es más necio que yo si piensa que no he terminado conmigo. Hoy volveré a hacerlo y mejor".
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