Por qué no tengo amigos

Era un jodido cabrón. Una mala persona, siendo injustos y sin compararlo con otra cosa que no fuera la idea perfecta que tengo del Hombre. 

Trago amargo fue volver al lugar de donde nacieron algunos de mis más sucios escritos. No por sexual, sino por lo bizarro de mi vanidad al chocar con la existencia vitalista de este hombre desgraciado y soltero. ¡Hasta a mí me asombra cuánta bilis puedo derramar! 

Guapo y blanco noroeste como una frágil vampiresa dama real. Lo miraba con algo de envidia, pero siempre por encima del hombro. Una elegancia propia de una ciudad quieta, inmersa en niebla, en cada movimiento. 

Esa perra era capaz de hablarte maravillas de la vida aún si te habían arrancado dos piernas en batalla. Hablaba más de lo que no sabía que de lo que sí —¿qué sería?— y con el mayor de los descaros me apuñalaba el vientre —todos sabemos lo irascible mío— con sus gilipolleces. 

No tengo palabras para describir lo mucho que me desagradan los «amigos» así. 

Entonces llamó, mientras yo daba un jocoso paseo. Contesté con la euforia típica ante un suceso inesperado, pero la voz permanecía sobria. No iba con él. Recibí un saludo turbio. 

— ¿Y por qué hablas así? — dije riendo. 

— ¡Porque he bebido! De otra forma, no se me ocurriría llamarte. Es la peor de las ideas. 

— ¡Cómo no! 

Siempre era una situación triste. Recé y rezo porque nadie nunca me prometa las cosas que yo suelo prometer en vano. No son vacuas adrede, sino que, con el corazón en la mano, me estuve negando al exilio. 

No era solo el miedo al futuro. Era la ternura que se vislumbraba en cualquier alma indignada, aún si fuere también pasional. La clase de alma que se ilusiona, ¡y odio a la gente con ilusión!, y que se entrega, ¡pero nunca con la mente, solo con el corazón!, ¡y que me enerva! En todo momento y con toda la razón.

Tú y yo, ¿amigos? Si te cedí la palabra casi por golpe de bastón, cuando los modales sugirieron que era aprobado o blasón y, en severa desazón, ¿que hubiere hecho yo? ¿Seguir pormenorizando mi crueldad o permitirte hablar? Tu aura, ¡qué providencial! Pero hablabas con un anciano negado al corral. Si yo pudiera, ¡lo sabes! Tu boca hubiere sellado, ¡solo oídos liberados! Quizá incluso los ojos hubiere vendado... 

— Creí que había encontrado un amigo para siempre... — dijo, «pero tu concepto de amigo, rayano en lo platónico, sé que jamás lo admitiría», fue completando. 

¡Se ve que sí me conocía un poco después de todo! Quizá me conozca mejor de lo que pienso. 

— Me alegra que esté claro. Así no os falto el respeto ni a vos ni a mí. 

Me rebajo bastante ya con quienes no son etéreos.

«El ingenuo ve el ocaso
como a suerte de maravilla
que acostándose en la orilla,
postrado y en la mira, 
bien le salvaría
[, bien le guardaría...]»

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Agradecemos su participación, monsieur.