¡Cuántas veces habremos arruinado las cosas por pretenciosos! Personalmente, es un hábito. No estoy segura de hasta que punto soy un loco, pero me enerva que hasta un reloj estropeado de la hora correcta una o dos veces al día.
Caminaba con mi mujer de la mano y vimos una buena falda. Debajo, nada del otro mundo, o no lo sabíamos, pero era un conjunto clásico y efectivo. Miramos, claro, y entonces mi mujer me vio y me halagó. ¿No sería lo más lógico que viéndome con tan buen gusto, se percatara de su error al tener palabras en la boca sobre otro atuendo? Creo que no estoy siendo claro. Lo que sucedió fue que no podía ella permitirse el tremendo error de pensar así sin dejarme claro que mi halago debía ir primero. Y eso lo supe con solo percibir su sutil movimiento ocular. Y digo que lo supe y no que lo elucubré, ¡porque estoy convencido a día de hoy!
No hay casualidades. Hay detonantes y resultados.
Bien, a mi me parece estupenda la consideración, pero no lo que la impulsó. Por mi se puede ir al carajo.
Claro, claro, podría equivocarme. ¡Podría estar en un tremendo error garrafal! Pero como estoy convencido no voy a retirar mi mandada al carajo, con lo que conlleve. Puede venir Dios, que seguiré seguro, por mucho que la duda permanezca, latiendo, perenne, en algún recóndito lugar de mi mente.
Y es lo que sucede con absolutamente todo. El filósofo a menudo cree que se las sabe todas, que nada se le escapa: y para lo que sabe fuera de su alcance, tiene mil hipótesis. A esas suposiciones no pretende ceder, mas su ego es fortísimo. Lo arrastra como arenas movedizas. Y se halla, de pronto, inmerso en unas tinieblas de las cuales se niega a liberarse porque supondría algo peor: la inexorable incertidumbre.
El hombre corriente también cede a la vanidad de sus cálculos, pero dudo que La Duda sea tan presente. Su ego es de otra índole. No es un ego, no es un Él, es otra cosa...
Volviendo a lo que nos ocupa... es una de las tareas más arduas el mantener la mente abierta mientras se es crítico y se acumulan conocimientos. Es fácil leer y dejarte influenciar por ideas de tal o cual, por las características del promedio y lo impersonal, en el sentido de que a menudo las teorías carecen de matices que suponen una diferencia radical, y así abarcan, engloban, al máximo.
Me explico: en mi entrada sobre La lucha de sexos trato de dilucidar las razones detrás de los comportamientos promedio de los sexos, de cuál es el origen remoto. El objetivo no es dar por sentado que todo es X o Z, sino aumentar la cantidad de ideas que pueden barajarse y combinarse. Es una herramienta, no una lente categórica. Para conocer y conocerse. Para dominarse, para no caer en astucias y en lo irracional.
Sin embargo, ¿cuántas veces he refunfuñado convencido de que tenía la Lente de Dios, el Ojo Divino y que nada podía escapársele a mi teoría? Incluí también mi propia debilidad en la fórmula, convenciéndome aún más de que si yo soy un zorro, los demás, que no saben lo que yo, deben ser zorro y medio, mínimo, ¡o triple zorro!
Te obcecas en que dominas el mundo, pero solo te ocupas de las posibilidades que puedas plantearte, porque lo demás, por definición, no lo tratas.
Sí, y es uno de mis grandes errores, aunque me haya acarreado a su vez grandes aciertos. A veces las cosas son blancas, otras veces son negras. A veces eres daltónico y otras veces aciertas de pleno y, ¡dale! No somos Dios. Ignoramos cosas y solo estamos en lo correcto (y no tiene porque ser totalmente...) por suerte, por alineación de los astros.
Hay Verdades Absolutas, hay una Realidad, hay un Por qué para todo, pero ningún hombre llegará a eso nunca. Solo podemos aproximarnos con la mayor de las fuerzas de voluntad.
Muchas gracias.