Cuando puse mis cleptómanas manos sobre la apología — no apology, como debiere ser — de Cicerón a la amistad, supe que la detestaría: ya me olía sus virtudes plagadas de hipocresía y egoísmo, tildadas convencionalmente de "buenas” por útiles, con la connivencia de la especie.
Que el utilitarismo es incompatible con la justicia depende de lo que ésta implique a nuestros corazones, ¡nunca antes mejor formulado!
Para mí, que sentí nauseas pasando las páginas de Libro del amor, trabajo de Ramiro A. Calle, al mismo tiempo que Sobre la amistad de Cicerón me horrorizó; para mí, por contradictorio que suene respecto a lo que acabo de decir, la justicia se halla en la compasión máxima.
Lo dice quien pasó de repudiar a John Stuart Mill a casi venerar — digo pues me repetía en mi día a día abalando su buen ver — las pautas de utilitarismo comunal, para luego volcarse en el nihilismo como al principio, pasando por una concepción agresiva y maquiavelista, queriendo más adelante regresar al utilitarismo con el rabo entre las piernas, pretendiendo ignorar lo evidente:
Os sintetizaré, lo que a continuación viene, así:
«Todo egoísmo es maldad».
No. Sería harto egoísta de vuestra parte.
Al menos en mi caso, la máxima compasión en cierto sentido implica la máxima intolerancia en otro. Por coherencia con el objeto de mi compasión.
ResponderEliminarLa compasión máxima sería suicidio colectivo.