Era yo ese muchacho que temblaba cerca de las mascotas de sus amistades rezando porque no lo tomarán por malvado. ¡Un mal gesto y todo al traste!, decía, como si fuera cosa de enjundia si gruñía o no el bicho, como si quisiera demostrar que yo estoy por encima de sus ojos francos.
Hoy soy el desgraciado que asalta a tu perro con caricias intempestivas mientras tú tienes prisa por volver a casa, harto del mundo. ¿Por qué? Porque a mi cuerpo le gusta y yo soy un caballero con él. ¡Solícito con el hostigador!
"Caballero del cuerpo,
pues él lo pidió"...
Solícitos con lo provechoso
Basta, basta ya de presentaciones y promociones... veréis: durante mucho tiempo le di vueltas a la frase: «la moral tiene criterios estéticos» de Frito Rico en Nicho. Se utilizaba la mariposa y la cucaracha para ilustrarla y permitidme catalogar la acción de absurda.
Resulta que, para los que no lo sepan, la estética es solo un análisis superficial, una percepción sobre la raíz profunda de las cosas, lo que nos llega instintivamente sin saber más allá, debido al legado genético. Aplicamos los mismos criterios sobre la estética de los insectos que sobre la estética de nuestros congéneres. Esto significa que:
Nos son estéticamente [entre] indiferente-agradable aquellas criaturas que ni supongan un perjuicio para nuestra integridad (claramente enfermas, por ejemplo), ni susciten un entorno hostil (independientemente de su presencia o no). Esto quiere decir que sin sus malas intenciones, no reflejan un daño en nosotros. Supongamos a las cucarachas... bien, pues resulta que si hay cucarachas hay materia en descomposición, plagas, etc. Y eso es un entorno hostil.
No serán estéticamente muy atrayentes aquellas criaturas que puedan ser aliadas, favorecernos o que indiquen un entorno benévolo.
Por lo tanto, no hay tal cosa como «eres benévolo con esta criatura solo porque es bella», puesto que su belleza tiene un sentido. Su belleza es lo que te llega como ser inconsciente, de las verdaderas razones por las que le das tu favor.
Aprovecho para decir que la casualidad de la gran belleza en algunas personas es una explotación de esta conciencia de provecho, no tanto de la persona en sí sino de sus potenciales parejas para explotar a las potenciales parejas de sus descendientes (perseverantes de la cadena genética).
El conflicto de intereses y el afecto
Si hemos leído En contra de la amistad y cualquier otro convenio social, cuyo autor es el gran filósofo contemporáneo que todos debiéramos tener como referente, sabemos mejor que nuestros allegados y entendemos el significado real detrás de la simpatía.
Hemos hablado de intereses intra-especie e inter-especie. Si no habéis nacido ayer habréis comprendido ya que vuestro mayor competidor no es el lobo de montaña, sino el mismísimo Hombre. Así como de otro humano es de quien podéis sacar más provecho (reproducción y comprensión precisa), también es a manos de quien perdéis más, puesto que mismas criaturas, exactos intereses. Por supuesto, en lo que respecta al cuerpo.
¡Desde luego! Todas las criaturas tienen los mismos propósitos base: vivir (necesidad de recursos que sustenten la vida), reproducirse (dependiendo de la dignidad del ser y solo competencia inter-especie, aunque claro, sin recursos que sustenten la vida tampoco se puede realizar la tarea) y estar cómodos. Da igual si eres o no de la misma especie: la necesidad obliga a competir para satisfacer los requerimientos básicos.
Muchas especies se han adaptado a esta competencia inter-especie y lo han hecho más llevadero mediante la metamorfosis (1). Los jóvenes tienen unas necesidades que los adultos no y, por lo tanto, no compiten tanto y pueden nutrirse, desarrollarse y todo el percal sin tanta interferencia.
Para nosotros, ¿qué supone otro ser humano? Bueno, a ojos vistas tenemos la competencia por las parejas sexuales y otras atenciones que puedan ser convenientes, de parte de otros seres humanos; la necesidad de reafirmar el ego, la comparación de nuestro valor personal con el de otros individuos; el mismo alimento, si nos ponemos más básicos. No competiremos por alimento contra una mosca.
Esto desemboca en una profunda tensión, porque hemos evolucionado para sacar provecho de ese conflicto de intereses: ¡para luchar por lo que nos pertenece! En este violento paradigma, no hay cabida para el amor sincero, siendo este apego una suerte de simpatía con el menor conflicto de intereses.
* Amor sincero: afecto con un bajo conflicto de intereses (bajo en cuanto a intereses naturales-básicos e inexistente en cuanto a los naturales-complejos).
A quien vas a ponerle la zancadilla no es, de nuevo, al lobo de montaña, sino a esa ser que supone un obstáculo a tus objetivos: otro humano. El Hombre es una criatura psicológicamente más compleja que el resto de seres y ha desarrollado armas poderosas y eficientes para sacarle el mayor partido a su tribu.
Tan solo he buscado apuntalar que hay un mayor conflicto de intereses dentro de la misma especie que fuera de ésta, nada más. Para explorar, léase En contra de la amistad (insisto) y El gen egoísta (resumido aquí).
Adoptar otra especie social: ¡eureka!
Por tercera vez: el lobo de montaña no será el amigo de la infancia que de repente te apuñalará por la espalda haciéndote víctima de una estafador luego mediático. No.
Puesto que eres más vulnerable ante las intenciones de alguien de tu misma especie, es lógico que halles confort en la interacción con un individuo separado de tu índole. Y esta seguridad muchos lo convierten en la dignificación de la criatura, en un hacerla inocente. Huelga decir que es un pecado por ignorancia. De ahí salen bocazas como Roberto Carlos con su canción que versa: «¡quisiera ser civilizado como los animales!».
Ni siquiera podemos decir que el Hombre sea el único que daña el planeta por su conveniencia. Hay animales que provocan incendios forestales para facilitar su caza (2), ¡cuán civilizada, racional, inocente y divina es cualquier otra bestia! Absurdo.
Cuando A. Schopenhauer escribió: «Si no hubiese perros, no me gustaría la vida» o «lo que me agrada de mi perro es la transparencia de su ser» o «quien sea cruel con los animales no puede ser buena persona» estaba literalmente —aunque no digo que intencionalmente, ya hubiera querido— diciendo lo siguiente, en el respectivo orden:
- «Si no hubiese seres sociales que no supusieran riesgo alguno para mí, no querría vivir».
- «Me agrada ver que un ser es afectuoso conmigo sin esperar nada de mí más que el sustento de su vida; no me arrebatará mis posesiones ni me hará cuestionarme mi lugar ni mi utilidad».
- «Quien sea cruel con aquel ser que no supone un peligro para sus intereses, ¡qué será de aquellos con los que si tenga un conflicto de intereses!».
La tercera traducción al lenguaje racional es mi preferida.
No querría dejar en mal lugar a mi mentor, por lo que seré abierta de mente y diré que lo podíamos leer entre líneas.
Los animales son despreciables
Si crees que las personas son despreciables, has de admitir que los animales también, puesto que tienen los mismos móviles de acción. Negarlo sí que es especismo. Estamos hechos de la misma pasta.
Los animales matan, roban, violan, engañan continuamente y sin leyes jurídicas de por medio. La única ley ética del reino animal es la de la consecuencia directa y lo evolutivamente estable. Es la misma que la nuestra, por mucho que lo disfracemos.
Aquellos animales que se aproximan a los sentimientos humanos (cuantiosos mamíferos) lo son, no por una aproximación a Dios, sino porque el curso evolutivo los ha hecho así. Sea por la razón que sea. Este no es el ring sobre el que pormenorizar estas motivaciones.
Dígaselo al próximo vegano que lo ponga por debajo del lobo de montaña.
¡Hasta pronto!
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