Oh, perverso el asesino.
Perverso él que atenta contra nuestra integridad, subyugándonos a sus deseos sádicos e irracionales. Incontables sus víctimas, ¡inconmensurable su deuda! Aquella que jamás podrá pagar si no es con su eterno terror y arrepentimiento. Oh, ¡pero no lo puede resarcir de manera ninguna! ¡Ese hombre carece de corazón!
El mundo lo ha hecho para esa grotesca tarea: ¡la de arrebatarnos de la faz a criaturas que ningún perjuicio acometieron contra la sociedad! ¿Qué? ¿Acaso insinúa que no eran todos inocentes? Entonces debemos concederle el beneficio de la duda a este diablo también, ¿no? Puesto que la misericordia no cree en el análisis. Oh, ¿ahora solicita usted un análisis, rufián? Me veo en la obligación de concedérselo para que comprenda la magnitud de su ofensa para con la noble comunidad que le oye.
De golpe se restriegan entre ellos y algunos favorecidos son amigos y otros que lo son más son los significativos. Si el hueso se rompiera, ellos romperían, pero dicen que se aman y que sin condiciones casarían. Construyen luego su cabaña maloliente, con el roble del vecino, «¿pero acaso el roble no es de todos? Si vino al mundo conmigo...».
Aquel que ha labrado entonces mira al cadáver del árbol preguntándose cuán distintos son. «¿El roble creció aquí por voluntad, por pasión?» y le musita la vieja planta, con sorna sabia, que nada elige si sangre o resina. Las manos se las lleva a la cabeza e hinca las rodillas en la sedienta tierra. Su mujer aparece y él solo ve un cuerpo carnoso educado por dos lobos. El vecino surge luego, ¡como nunca cabreado! Enrevesadas palabras para tan simple mensaje: que el roble era suyo y que a su mujer se la follaba. Aquella ronroneó al escucharlo. Quizá no a él, quizá al espejo. «¡Oh, quiere llenarme de él! ¡Debo ser tan especial!» y deja a su marido a la intemperie, regalándole el roble a su próximo comensal, pues el otro «ya no me merece».
Acude por fuerza a su más fiel amigo: aquel con quien no compartiría el roble, porque su amigo se lo brindaría sin pestañear. Cabe decir que a escondidas éste está harto de madera, por lo que le es fácil la generosidad. Son amigos porque se ríen mucho juntos, porqué se conocieron en la escuela elemental. Se sentaron juntos por casualidades, ¡el tiempo no los supo separar! Creen eso pero tienen muchos antiguos... en su lista familiar... ¡eso es porqué el tiempo todo lo cura! Oh, ¡tiempo! ¡Tú si sabes compensar! Congenian por la misma razón por la que el roble sangra resina. El que labró no puede evitar pensar... que el día en que no puedan salir juntos a correr porque tiene la pata mala, ¡mala pata será! No será su opción número uno... con otro arrancará... ¡igual que su mujer, la puta! ¡Que tuvo que marchar!
¿Acaso estuvo mal? El dueño del roble se la quería trabajar. ¡Y solo se vive una vez! ¿Cómo le haría tanto mal, impidiéndole su cometido? «¡Cariño mío, no opongas resistencia! ¡Sé Bueno! ¿O eres Malo?». Su antigua pareja, ¡pobre diabla!, la hubo mandado matar con su vigorosa espalda. Por lo tanto, es conveniente, que se vuelva a dejar llevar. Ambos se dejaron llevar...
El que labró vaga por el mundo, sin saber cual es la opción. Deambula cavilando que deseo será eterno. Se percata pronto, ¡demasiado!, de que todo tiene final. De que constantemente deseamos... y que cambiamos con igual falibilidad. ¡De que nuestros anhelos son nuestro alimento! ¡Y de que el hambre la propicia Dios! Oh, Dios, ¿y si no quiero comer? Sigo lleno de mi hermano muerto.
Mis fauces lo trituraron como a un insecto tostado. Mis fauces trituraron a mis amantes, a las cuales arrojé al olvido. ¡Oh, chicas, no se pongan tontas! ¡No puedo elegir a cada una de vosotras! Me quedaré con una y ella conmigo se quedará. Quizá esté a la vuelta esquina el: ¡no mereces amor! ¡Estás demasiado viejo! Se te marchitó tanto la mente como el cuerpo, ¡y tu alma a nadie podrá entretener sin engranajes y poleas! ¡Tu respiración no es suficiente!
Se sume en una inextricable desesperación sin parangón. Solo se vive una vez y la necesidad y el límite lo están desquiciando. ¡No es dueño de lo que quiere y no pretenden parar de fustigarlo! Terror, terror, ¡pero no le teme a nada! ¡Todo lo conoce!
¡No le teme al todo! Tan solo le disgusta el grosor de sus hebras. ¡Gruesos, finos cabellos! ¡Rizados! ¡Lisos! ¡Ojos rimbombantes! ¡Labios finos! ¡Solo se vive una vez y nací pálido, con las mejillas de vino! Un diente torcido, ¡y una neura también! A este ritmo... ¡me creeré Ezequiel! ¿Por qué mi madre me dio unas manos tan delgadas? ¡Apenas podría sujetar mi dolor y mis ganas! ¡Mi carne derrumbada! ¡Mi entidad malvada! Todo hombre tiene las manos como hilos finos de gasa... y yo no soy excepción: ¡luego, no soy conmoción!
Y si él la quiso besar para su gusto, yo la quise muerta. Y si él quiso darle una rosa, ¡yo quise petrificarla con una espeluznante mueca! Y si él quiso darle una familia, una familia de almas podridas... ¡pues yo quise violarla soñándonos entre neblina! «Y si no lo hubiere hecho, iría con cabeza gacha cada día...».
¿Quién eres tú para decirme si en mi interior hay resina o un intestino grueso? Si me pulverizará el tiempo como hace con todo... ¡si igual que nací Malo pude nacer Bueno como ahora dicen haber nacido todos! ¡Si tienen mujeres mientras otras mueren en soledad! ¡Si sus mujeres morirían en soledad de haber perdido una carta de la baraja! ¡Si no conocen la piedad! ¿Seréis conocedores como Dios, del Bien y el Mal? Pues sabréis que da igual, ¡sabréis que hubieran de mis ojos las lágrimas brotado si no hubiera visto un mar! ¡De su cuerpo salir mar!
Entonces llega al estrado, al proscenio, y dice:
«Los maté porque quise».
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