Gracias a las redes hemos podido visualizar el milagro de la Navidad... miles de personas de todas las clases sociales se unen a la iniciativa de los regalos solidarios. Pero, ¿qué tiene que decir el Grinch al respecto? ¿Es acaso este movimiento negativo de alguna manera para la sociedad? Dependerá de cómo quieras que sea ésta, por lo que hoy discutiremos sus causas y efectos a fin de purgar contradicciones.
Oh, lector, ahora personalmente: te pediré por un momento... que regreses al jardín de infancia... bueno, no tan lejos, quedémonos en la escuela elemental. Muchos de vosotros habéis tenido el dichoso evento escolar de traer los regalos al aula. Por si os preguntabais que macabro experimento social era ese, no había malicia ninguna. Ahora que he sido maestro soy consciente de las verdaderas intenciones de todos los actos de mis profesores: todos esos eventos son para no trabajar. Pero sé de casos donde esos días producían una profunda angustia. ¿Era tristeza? El sentimiento de tristeza que viene producido de algo más, algo nombrable, no lo acuñaría «tristeza» [pura¹], lo llamaría como esa otra «cosa nombrable» [impura]. En este caso, por si no caéis en ello, estamos hablando de la vergüenza. Como vimos en capítulos anteriores (como en La víctima hostil), la vergüenza es la raíz de muchos males que consideramos puros y benignos.
Esto que acabo de decir es de suma importancia porque a menudo se pierde de vista la raíz de las cosas, nos perdemos en los matices, y suceden cosas como los regalos solidarios, que pretenden tapar el sol con un dedo, pues creen que el sol es un gomet. ¿Qué es lo que realmente producía tristeza a esos niños sin regalos, o con regalos menos codiciados? ¿Era una reflexión impersonal o era un desplazamiento social vergonzoso²? Los rumores son ciertos: las mejillas estaban sonrosadas y a los niños les importa, igual que a los adultos, demostrar sus capacidades sexuales mediante los bienes materiales adquiribles. Esta es la razón por la cual que los niños compartan sus juguetes con otros —un niño solvente provee a un niño insolvente de tiempo con su juguete— no es suficiente. Los niños no quieren juguetes: quieren poder comprar juguetes. Porque, seamos sinceros, ¿desde cuándo un niño en una habitación necesita tanto plástico para divertirse? Una hoja de papel y un bolígrafo son suficientes para horas de diversión. Incluso para un adulto.
En este punto debéis haber caído en la cuenta: si un niño no quiere la última Barbie, sino que quiere poder comprarla, ¿acaso los regalos solidarios son útiles? La respuesta es que son lo más absurdo. Estos niños jamás podrán confesar cómo fueron obsequiados con estos regalos, porque entonces volverían a pasar por un vergonzoso episodio. El problema no es llegar al aula sin regalos, porque si los padres pudieran comprarle regalos y no lo hicieran, la sensación no sería de vergüenza [con envidia], sería de envidia [sin vergüenza]: «¿Por qué sus padres sí les compran regalos y a mí no?», cosa muy diferente de: «¿Por qué sus padres pueden comprarles regalos y los míos no?».
Lo que los niños quieren decir presumiendo sus regalos, es: «Vengo de padres que pueden proveerme bienes materiales, por lo que potencialmente yo puedo proveer bienes gracias a mi herencia —material y genética—, ¿quién quiere...?». En algún momento, un niño, no inocentemente, les abrirá la boca para decir: «¿Pero tú no estabas más pelado que un calvo?» y tendrán que bajar la cabeza, por haber querido aparentar lo que no son → producto de seres proveedores de bienes populares. Y es que no hay más vulgarmente honesto que un niño, que no puede diferenciarse de un animal en lo absoluto: tanto si es víctima como si es agresor. ¿Denunciado y denunciante?
La vergüenza infantil por ser pobre es, en el fondo, un fenómeno evolutivo ligado al reconocimiento social y, a largo plazo, al atractivo sexual / valor como individuo.
Por otro lado, Symone comenta: «Estoy usualmente en contra del consumismo masivo, pero saber que la felicidad de un niño está en el extremo final de esta acción hace que valga la pena». Por supuesto, darles un montón de plástico al que mañana le darán la espalda y no les habrá provisto de ningún beneficio en lo absoluto es algo que vale totalmente la pena.
Solo puedo estar a favor de aquellos regalos que puedan ser positivos a largo plazo: ordenadores [que no videoconsolas, porque una videoconsola jamás será tan versátil], por ejemplo, que pueden mejorar su educación y proveerles de habilidades; artículos deportivos, libros y material artístico. Pero si hay padres que tienen hijos sabiendo que no pueden posicionar a su hijo ni siquiera en ese nivel, eso sí me parece profundamente vergonzoso. Ningún padre debería alegrarse de que existan los «regalos solidarios», puesto que pocos regalos pueden beneficiar realmente a su hijo, mucho menos sin las motivaciones adecuadas. Cabe preguntarse si los regalos útiles lo son siquiera si los padres no animan a sus hijos a hobbies constructivos, prácticas saludables y una alimentación nutritiva. Y si no asientan ejemplo. Los únicos beneficiados de estos regalos solidarios de plástico son los productores de éstos —que no están donando regalos, sino vendiéndolos a quién SÍ puede comprarlos...
Invito a estos padres que no pueden comprar la última novedad de plástico a ahorrar para pagar clases extraescolares de idiomas, deportes, música... y alimentos ricos en nutrientes que los harán, a la larga, mucho más afortunados que los que solo han obtenido plástico solidaria o paternalmente. Pero, sobre todo, invito a padres y a hijos a entender qué es lo que realmente debe hacerlos felices³. Y, por supuesto, como hemos visto aquí, la felicidad producto de todo lo que acabo de mencionar, incluso de lo que apoyo, no es genuina e impersonal, por lo tanto tampoco pura, pero creo que es lo máximo que un padre puede darle a su hijo dado que ya ha concebido en pecado. ¿Qué le enseñamos a los niños rodeándolos de cacharros, sino es que pierdan de vista lo verdaderamente importante?